Identidad Colectiva

Definición: Somos un estado de conciencia virtual compartido, de quienes confiando en el potencial humano, buscan expresar mediante la exposición de todo lo creativo, interesante e inteligente que existe en la red y en la privada manifestación de nuestras disciplinas y saberes, el fruto moderno de la filosofía, la ciencia, el misticismo, el arte y el humor. Sean bienvenidos al futuro del conocimiento local y la verdad individual.

domingo, 20 de junio de 2010

El individuo y su mundo social

Probablemente, somos uno de los seres vivos que más cuidados requieren desde el momento que nacen hasta el logro de su madurez biológica. El mundo se nos presenta directamente desde la necesidad, pues somos carentes de todo cuando requerimos para nuestra supervivencia como organismos. Ello permite la realización de una búsqueda mucho más activa en dirección al medio, lo que acompañado de una inigualable evolución cerebral y de una mayor y más diferenciada gama de emociones posibles, define la vida del ser humano como un proceso de aprendizaje simbólico, conocimiento significativo y abstracción conciente en lo que respecta a su vida en sociedad. No obstante, la sociedad como constructo representa un imposible para su individual pensamiento. Es un conjunto tan amplio de subjetividades, coexistiendo como cuerpos en un medio físico en una enorme diversidad de intereses o acciones y al interior de tantas estructuras físicas que, como espacios comunes de trabajo, albergan a su vez tantos códigos, pautas de funcionamiento y normativas para tales conductas y tendencias personales, que difícilmente podría el lenguaje integrar su totalidad real. Por ello persiste para el individuo en forma heurística, a modo de sustantivo que le permite hablar sobre el fenómeno general de nuestra colectividad humana en tanto especie, identidad y organismo social.
Imposibilitado de una percepción social en su comprensión de mundo o cosmovisión, de la que es responsable tanto su propia voluntad de elección como la socialización obligada en una cultura particular de la que es parte integrante, y entendiendo, religiosa o secularmente, que ha de tener una sola vida para concretar todas las fases de su realización personal, resulta comprensible que esté lleno de temores, incertidumbres y ansiedades. Primeramente, entiende que lo único cierto es que en algún momento morirá, dejará de existir como se le conoce, y que en cierta medida, hay ya un modo de definir qué es lo que constituye una vida exitosa, bien vivida. En la búsqueda de ese modelo, desde esta base inherente y cuasi-biológica de fragilidad existencial, ciertamente podrá errar en sus acciones y reflexiones. Será capaz de actuar por sobre el otro, por encima de su propio bienestar, de mentir, juzgar y condenar. Podrá convertir en algo bello su propia voluntad, desde el arte, o el ejercicio de su razón en algo verdaderamente monstruoso, liderando en una tiranía política. Podrá quitar la vida de otro ser, combinar los elementos químicos que la permiten, reglar sobre las condiciones en que esta debe darse, o atentar contra la propia. Podrá, junto a otros, producir vastos volúmenes de conocimiento, albergado en anaqueles de instituciones y edificios ligados a un respeto obligatorio, y aun todo esto podría no otorgarle calma frente a la propia inquietud que experimenta.
Si se piensa de este modo, cabe hoy como nunca sentir lástima por el hombre y la mujer del mundo posmoderno, que ya despojados de cualquier tradición, verdad o valor absoluto, viven en una total e incómoda posibilidad. Que siendo débiles como son, y frente a un modo de vida tan abigarradamente insulso, adolecen de ilusorias alternativas para su libre arbitrio. Es igualmente comprensible aunque no justificable que, tras observar en los medios de comunicación masiva y en su propia cotidianidad el arribismo, el desdén y la falta de solidaridad, se comporten de manera similar, logrando ser fuente constante de vicios, vulgaridades y limitaciones. Y es igualmente entendible el escuchar decir, tras la observación de estos antecedentes, que los seres humanos son malos, egoístas e incapaces de generar algo positivo o armónico en comparación al medio natural que le rodea. Pero esto no es verdad. Tras el temor de cómo se vive, hay en cada uno una inquietud más pura, más noble, y es algo tan sencillo de retratar como la omnipresente búsqueda de la felicidad. Después de todo, no somos tan diferentes los unos de los otros, más allá del color de nuestra piel, nuestros rasgos anatómicos o el conjunto de nuestros gustos y elucubraciones mentales. En esa diversidad hay una rica manifestación del carácter de la vida, que bajo todas las formas posibles se manifiesta. Pero en la superficie de la propia conducta, los motivos esenciales no son tan diversos; responden más bien a cuestiones muy elementales, como vivir sin perturbaciones, con lo suficiente como para no experimentar la necesidad y en una preferible simpatía con el resto de las personas. La exacerbación o el aplanamiento en alguno de estos intereses, es perfectamente dable según qué concepción de mundo de elija, o cuán individualizado sea para cada quien el propio marco de acciones que efectúa. No obstante, en toda época las amplias motivaciones suelen ser las mismas, y los miedos reflejan igual parecido.
Siendo esto verdad, o al menos posible, se introduce para el individuo todo un marco nuevo de pensamiento. Quien realiza que el sentido de su existencia va en directa relación y proporción con las elecciones que efectúa sobre su conducta, y que tales decisiones, provienen de un substrato mental de creencias e impactan a su vez en toda la colectividad social, entiende que su responsabilidad y lugar en el papel del escenario mundial es mucho mayor del que había pensado. Colige que tiene un rol más activo en la búsqueda de su felicidad, que no es una condición que ingresa socialmente como en una osmosis, y que por tanto no estriba en el logro de bienes externos, sino más bien, en la realización de los propios intereses. Asimismo, comprende que la naturaleza de sus expectativas personales puede o no corresponderse con el bienestar general del colectivo social desde el cual se despliega, y que ello ha de afectar diferencialmente según caminen en igual u opuesta dirección. En suma, le otorga una perspectiva nueva de racionalidad, una lógica menos positivista en la estimación del logro de sus objetivos y un modo ético de conducta más sensato y tolerante con la diversidad que le circunda. Camina hacia un descubrimiento de sí mismo, en el respeto hacia el idéntico proceso que cursan los demás, y frente a la verdad desnuda de su vida y naturaleza actúa confiado y alegre dentro del propio marco de sus expectativas, las que dejan de ser exclusivamente subjetivas para armonizar en un mayor grado con los propósitos ajenos. Puede decirse entonces, de este hombre y esta mujer, que son seres razonables, más que meramente racionales.

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