Identidad Colectiva

Definición: Somos un estado de conciencia virtual compartido, de quienes confiando en el potencial humano, buscan expresar mediante la exposición de todo lo creativo, interesante e inteligente que existe en la red y en la privada manifestación de nuestras disciplinas y saberes, el fruto moderno de la filosofía, la ciencia, el misticismo, el arte y el humor. Sean bienvenidos al futuro del conocimiento local y la verdad individual.

domingo, 26 de septiembre de 2010

CARTA ABIERTA DESDE EL PAIS MAPUCHE

COMPAÑEROS, AMIGOS, HERMANOS LES DEJO UNA CARTA ESCRITA POR Jaime Huenún, poeta mapuche-huilliche.
ARTRO NEWEN PA LOS COMPAÑEROS! Y DIFUNDAN! MUCHAS GRACIAS :)

Carta Abierta desde el País Mapuche

Mari mari pu peñi, mari mari pu lamgen;Mari mari pu huenuy, mari mari kom pu che.
¿Seremos capaces, compañeras y compañeros, de hacer un viaje a aquellos territorios donde la violencia policiaca y patronal se ha entronizado sin freno alguno, un viaje de reconocimiento y coraje moral hasta la llamada Alta Frontera, en la región de la Araucanía, sur de Chile? Hace 10 meses atrás, en octubre del año 2009, una humilde escuela básica de la localidad de Temucuicui, en la comuna de Ercilla, tuvo la mala fortuna de ser brutalmente allanada por 200 efectivos policiales. Los invasores, sin orden judicial alguna y sin razón aparente, dispararon gases vomitivos, bombas lacrimógenas y balines de metal dejando como saldo a 7 niños heridos, a varios recién nacidos con asfixia y a una veintena de campesinos y campesinas mapuches con graves lesiones, producto de golpes propinados con cachiporras y culatas de escopetas y ametralladoras. El 3 de mayo recién pasado, el latifundista René Urban, acompañado y protegido por carabineros, interceptó, golpeó y encañonó en un camino rural público a Mario Millanao Millape, a su esposa Elvira Escobar, a la madre de ésta y a los hijos de la pareja de 6 y 10 años respectivamente. Millanao Millape, quien junto a su familia buscaba leña movilizándose en una vieja camioneta, fue amarrado y golpeado frente a los suyos, acusándosele de ser un terrorista y siendo posteriormente conducido a un recinto carcelario. Por estos días -desde el 12 de julio del presente año- 32 presos políticos mapuches encarcelados en distintos recintos penitenciarios del sur de Chile realizan una huelga de hambre hasta las últimas consecuencias, exigiendo al gobierno y a los demás poderes del estado la derogación de la Ley Antiterrorista No.18.314 - ley dictada durante el régimen militar de Augusto Pinochet-, la que ha sido casi exclusiva y sistemáticamente aplicada a comuneros indígenas. Durante ya casi dos décadas muchos otros niños y jóvenes mapuches han sido amenazados, apuntados con armas, baleados, secuestrados, interrogados y perseguidos y un número considerable de mujeres indígenas han sido golpeadas, pateadas en el suelo, amarradas y detenidas. Si la poesía aún gravita en nosotros, si aún nos mantenemos de pie en el país que habitamos a la espera de tiempos mejores, en la intensidad y la indigencia de una vulnerada memoria colectiva, estos hechos no pueden quedar impunes, no pueden quedar sin siquiera la huella de nuestra honesta indignación. No pedimos buena ni bella conciencia, no pedimos un acto de bondadosa y bien pensante corrección política; no pedimos vana y deslumbrante solidaridad efímera; lo que pedimos es un acto de amor y desagravio a esos niños y campesinos que padecen un presente y un futuro convulso, ya lastimado por las armas y las leyes de un estado y una sociedad que se castiga y se ignora a sí misma castigando e ignorando a los humildes y a todos aquellos que sólo aspiran a la restitución de derechos elementales. Amigas y amigos: los niños de Temucuicui, de Requém Pillán, de Yupeco y de otras muchas comunidades ya no tienen paz ni buenos sueños: dibujan la guerra que les hemos heredado, la guerra que Chile mantiene viva y que se oculta tras la retórica de la política y de las veleidosas cifras de la economía. En los ojos de esos niños arde ahora el germen de la venganza, la pesadilla de la piedra llameante que busca derribar al gigantesco enemigo. ¿Para esto hemos escrito nuestros libros? ¿Para esto hemos indagado en los bosques y los desiertos del lenguaje y el arte? ¿Sólo para nunca denunciar los paraísos artificiales de un incierto y nebuloso desarrollo? ¿Sólo para no saber más de las zanjas que las máquinas excavadoras hacen, como si fueran fosos medievales, en la conciencia del país? Zanjas. Fosos. Tumbas. Un niño mapuche llora y corre tras un furgón policial. En él llevan a su madre detenida. ¿Cómo se llama ese niño? ¿Cómo se llama esa madre? El furgón toma velocidad y se aleja. Queda el estallido de las bombas, el humo y el polvo del enfrentamiento, el rojo camino de tierra sosteniendo la sombra de los altos y voraces bosques de pinos y eucaliptus. No nos hemos liberado, en 200 años de República no nos hemos liberado. Más bien hemos hecho todo lo posible por aplastar y condenar lo mejor de nosotros. ¿Podremos así alguna vez decir que los trabajos de la poesía, de la inteligencia y de la visión creadora han sido más importantes que las tareas de la banca y del ejército? No nos hemos liberado: cada día nos alejamos más y más de los sentidos primordiales de la democracia y la justicia, de la equidad y el buen gobierno. El arte nuestro es el trabajo espiritual y material, continuo y visionario, de pueblos que aún respiran, de colectividades e individuos que buscan en última instancia crear esperanza y elevar el espíritu de todos y todas, a pesar del vasallaje, el colonialismo, la discriminación y el oscurantismo que suelen prevalecer, con mayor o menor intensidad, en nuestro atribulado y amnésico país. El arte indígena en particular, alcanza su plenitud en la interacción colectiva, haciéndose cargo a la vez de las manchas y grietas de una historia oculta, de la sangre derramada sin justificación alguna en ya demasiadas ocasiones y de una pluriculturalidad muchas veces sesgada y conducida hacia fines utilitarios y poco nobles. Quienes, ejercemos el oficio de la poesía desde nuestra condición de sujetos mapuches, por ejemplo, escribimos inevitablemente desde la República de la Conciencia, como señala el poeta irlandés Seamus Heaney, pero también desde el país de los afectos y el origen familiar. Nuestras obras y nuestros actos, en consecuencia, persiguen un equilibrio entre lo ético y lo estético, entre lo individual y lo comunitario, en medio de una época de pobreza y banalidad que se extiende a todos los ámbitos de la vida social. Muchos de nosotros, por lo mismo, adherimos a estas palabras de Nelson Mandela, que nos parecen imprescindibles en la hora presente: Yo no soy realmente libre cuando estoy quitándole la libertad a otro. En este caso, tanto el oprimido como el opresor están siendo despojados de su humanidad. Yo sabía muy bien que el opresor debe ser liberado junto al oprimido. No es posible amar ni respetar aquello que se mantiene oculto, como tampoco es posible fundar una convivencia política y cultural basada en el miedo, el prejuicio, la manipulación, la marginación y la violencia. Los pueblos originarios han aportado a Chile su sangre y su contumaz empeño por sobrevivir en condiciones adversas; han aportado igualmente sus territorios físicos y simbólicos, sus imaginarios, su fuerza de trabajo y su energía creadora. Esto ya lo señaló con ecuánime claridad y franqueza el profesor, escritor y político mapuche Manuel Manquilef González en un discurso realizado en la octogésima quinta sesión extraordinaria de la Cámara de Diputados el 1º de febrero de 1927. Señaló Manquilef en dicha oportunidad: La mitad de la sangre araucana se derramó para regar el árbol de la libertad que cobijó a la otra mitad que gobierna hoy día a este país. El araucano jamás midió el número ni las armas del español, siempre luchó hasta la muerte y puede decirse que venció al poderoso rey de España. Al hierro de los conquistadores opusieron los indios sus lanzas; al acero, sus pechos; a la dominación, su sangre activa. De esa lucha franca, aunque desigual, conservaron la Independencia que bien merecían y que fue transmitida al ilustre pueblo chileno. Estimadas amigas y estimados amigos: la mayoría de los artistas indígenas y mestizos de Chile consideramos que nuestros trabajos conjugan espiritualidad y materialidad, tradición e innovación, arraigo y diáspora, memoria mítica y memoria histórica, sin omitir la complejidad de un tiempo en que los pueblos indígenas de Chile buscan su legítimo reconocimiento, valoración y participación justa y democrática en el amplio espectro de la vida nacional. En este sentido nuestro arte y nuestra conducta no pueden marginarse de las fricciones y conflictos actuales porque, sencillamente, nuestras obras surgen de procesos sociales y culturales colectivos. Sin embargo, el aliento que gravita en ellas no es el de la guerra o la confrontación, sino más bien el de la permanente construcción de un espacio de comunicación, encuentro, dignificación y respeto mutuo y verdadero. Hasta la hora presente, cuando en nuestro país se levantan los engañosos y unilaterales festejos de un gris Bicentenario, esto no ha sido posible. Los rastros de nuestra impotencia y nuestra desazón son los niños heridos de Temucuicui y los cuerpos ya enterrados de Alex Lemún, Matías Catrileo y Jaime Mendoza Collío, jóvenes activistas asesinados por las armas del estado chileno entre los años 2002 y 2008. Tenemos esperanza, sin embargo, porque como todos quienes ejercemos este oficio quisiéramos habitar un país en que la poesía sea una comunión posible y no sólo una espuria secreción de nuestros males. A este respecto, cabe señalar que la escritura mapuche no es únicamente lenguaje nutriéndose a sí mismo, sino lenguaje que busca revivir y resignificar relatos culturales originarios, sincréticos o históricos y transmitirlos al pueblo congregado, como antiguamente hacían los lonkos, los weupife (guardianes de la memoria), los ülkantufe (cantores-poetas) o los werken (mensajeros). Portadora de los recuerdos ancestrales, de resabios míticos y cosmovisionarios y de las heridas, fisuras y pliegues de una historia nacional archivada, la escritura es hoy tal vez el instrumento cultural que mejor canaliza – y a la vez altera y dinamiza- la memoria política, social, histórica y estética de la sociedad mapuche contemporánea, esa memoria que, en definitiva, “ es nuestra fuerza, la que nos protege de un discurso que se entreteje sobre sí mismo, como la hiedra cuando no haya soporte en el árbol o en el muro”. (Milosz, 1980)Chaltu may/Muchas gracias
Jaime Huenún, poeta mapuche-huilliche.

lunes, 20 de septiembre de 2010

BIENVENIDOS A NEWEN! LA UBICACION EXACTA ES LAUTARO ROSAS 377, ENTRAN Y BAJAN POR LA ESCALERITA ES EL LOCAL 1 SUBSUELO...... CERRO ALEGRE VALPARAISO

MARCAS EN NEWEN


TEJA VERDE POR CARLOTA DURAN
PIMIENTA POR MELODIE MURILLO
MANUEL HUENTECURA LEVICURA
ARTESANAS DE QUEMCHI
YURIFANTE
FRAN MONTECINO
Y MAS!!!!!

lunes, 6 de septiembre de 2010

Carta abierta de un mapuche a Piñera


Sr. Presidente.

Se preguntará quién soy y por qué le escribo. También, seguramente, a quién represento. Entrando en materia, soy un periodista mapuche, originario de una reducción del sector de Entre Ríos, en las cercanías de Temuco. Desde hace 7 años dirijo un periódico que trata de dar cuenta del acontecer mapuche en el sur de Chile y Argentina. En ello hemos estado y en ello persistiremos durante su mandato. Sepa que le escribo para rememorar una antigua tradición epistolar que nuestros abuelos mantuvieron con sus antecesores en La Moneda. Será usted, a partir del 11 de marzo, el 40 presidente de Chile, partiendo el conteo desde Blanco Encalada y dejando de lado –nobleza obliga- a directores supremos y dictadores. Créame que hasta el presidente Aníbal Pinto, nuestros ancestros se cartearon a menudo con los primeros mandatarios. Nada raro a decir verdad. Se trataba por entonces de dos países distintos y la diplomacia prevalecía con sus códigos. Déjeme contarle que dichas cartas sirvieron para algo más que saludos protocolares o el mero anuncio del envío o retiro de algún embajador nuestro en la capital. Sirvieron también para recordar, los nuestros a los suyos, la vigencia de antiguos pactos, el de respetar la frontera en el río Bío Bío, el principal de todos ellos. Y es que sin Internet y menos aún el sobrevalorado Twitter, dichas cartas constituyeron una valiosa herramienta de comunicación. Fueron, como sospechará en este punto, un verdadero canal de diálogo político y abordaje de controversias.

“Señor Presidente Montt. He tenido una junta con mis caciques y también con mis otros aliados y me han facultado poner escritas nuestras palabras en este papel… Tu Intendente Villalón ha vuelto a pasar el Bío Bío a robar otra vez animales con cañones y muchos aparatos para la guerra, trayendo, dicen, mil quinientos hombres, y todo lo que hizo fue quemar casas, sembrados, hacer familias cautivas, quitándoles de los pechos sus hijos a las madres que corrían a los montes a esconderse, mandar cavar las sepulturas para robar prendas de plata, matando hasta mujeres cristianas… Te digo esto para que sepas la verdad… Si este Intendente vuelve a pasar el Biobío con gente armada, ya no podré contener a los indios y no sé cual de los dos campos quedará más ensangrentado… Presidente, abre tu pecho y consulta mis razones. Yo sé que vos Presidente tienes tanta gente y caballeros. Puedes mandar uno que venga a hablar de paz… Mi nación no hará nunca la paz con Villalón… Espero tu contestación”. Magñil Bueno, Toqui General. Septiembre 21 de 1860.

Tal era, don Sebastián, el tenor de muchas de las cartas que recibían desde el sur quienes lo antecedieron al mando de la República. Si alguna duda tuviera de su autenticidad, ruego a usted chequear la edición de “El Mercurio” de Valparaíso del 13 de mayo de 1861. Sepa usted que el último en recibir una de ellas fue su colega Aníbal Pinto. Tal sería su mala comprensión de lectura que donde decía “detener los abusos” el entendió “cargar los obuses”. Y así lo hizo, don Sebastián. Apenas finalizó la Guerra del Pacífico, invadió con su ejército vencedor nuestro territorio, arrasando literalmente con todo a su paso. ¿Vio “Avatar”, la última cinta de James Cameron? Por lo ajetreado de la campaña electoral es probable que no. Pero más de alguno de sus nietos le debe haber hablado de ella. Y si no es así, se la recomiendo. Al presidente Evo Morales dicen que le encantó. Atrévase y escape uno de estos días a su sala de cine más cercana. Le sugiero la vea con los lentecitos 3D, algo inapropiados para su alta investidura, pero efectivos a la hora de apreciar en todas sus dimensiones los alcances de la crueldad y la codicia.

¿Qué tendrán que ver los mapuches con una película de Hollywood?, se preguntará usted a estas alturas. Fíjese que mucho. Y no solo los mapuches, también los aymaras, quechuas, shuar, sarayakus, mayas, mixtecos, cheyennes y un largo etcétera. Y es que cualquier historia de invasión y despojo territorial, desde “Pocahontas” a la sofisticada “Avatar”, no hace más que recordarnos la magnitud de nuestra propia tragedia histórica, el guión de nuestras propias existencias como pueblos. Fue lo que sucedió con los mapuches tras aquella carta mal leída por el Presidente Pinto: invasión, asesinatos, robos y pillaje. Tácticas de tierra arrasada, arribo de colonos extranjeros y confinamiento de los sobrevivientes en campos de concentración. En su tiempo dichos lugares fueron bautizados como “reducciones”. Sin embargo, en un arranque de originalidad, la Ley Indígena los rebautizó en los años 90’ como “comunidades”. ¡Vaya muestra de humor negro, no le parece a usted! Son aquellos lugares plagados de pinos y eucaliptos que de seguro visitó en su campaña por Lumako, Angol, Collipulli o Los Sauces. ¿Los recuerda?, haga un poco de memoria; los lonkos octogenarios con quienes compartió un vaso de bebida Cola; los niños con plumitas y a pie pelado que danzaron ante usted simpáticos ritmos; las jovencitas con sus joyas de plata y cintas de colores que lo atendieron bajo el quemante sol; el pebrecito, la sopaipilla, el asadito de cordero.

¿Ya las recuerda? Debería, don Sebastián. Según las estadísticas, gran parte de sus miembros lo favorecieron con el voto en segunda vuelta. Y es que más allá de la demagogia esencialista de algunos, el izquierdismo de otros y el indigenismo de unos cuantos, los mapuches –especialmente en los campos- al final del día resultan bastante conservadores. Lo era una tía, que en paz descanse, y lo fueron gran parte de mis tíos, hijos de prósperos comerciantes de ganado devenidos por obra y gracia del colonialismo chileno en pequeños agricultores de subsistencia. Mi tía, de estar viva, habría votado por usted, se lo aseguro. Recuerdo el día en que falleció Pinochet y su infinita tristeza por el “caballero aquel”. “Mató gente, pero pucha que era generoso”, razonaba aquel día, recordando sin duda las pensiones asistenciales, los títulos individuales de dominio y uno que otro cuatrero molesto flotando río abajo en el Cautín. Mi tío, orgulloso y obstinado como pocos, de seguro lo habría espantado con los perros de acercarse usted siquiera medio metro. Lejos del conservadurismo de mi tía, al viejo siempre le atrajeron las ideas socialistas. Se hizo comunista leyendo libros, solía decir. Pero no en la universidad, sino robándole horas al sueño tras largas jornadas hombreando sacos en los fundos del Maule. Tal vez por ello admiraba a Allende. Tal vez por ello, el día en que murió Pinochet, se bajó solito y de puro contento una garrafa de tinto bajo las estrellas.

Y es que mapuches los hay para todos los gustos, don Sebastián. Algunos más a la derecha, otros a la izquierda y uno que otro merodeando por el centro. Como en toda sociedad, como en todos los pueblos, que ello es lo que somos y no precisamente un regimiento. Un pueblo, don Sebastián, un colectivo con historia, que carga -a ratos humilde, a ratos orgulloso- con sus héroes y sus victorias, con sus villanos y sus derrotas. Somos un pueblo, don Sebastián, por más que la bendita Constitución nos niegue dicho carácter y que la bancada parlamentaria de su coalición solo nos tolere como folclore o atractivo de feria costumbrista. ¿Es tan difícil reconocer que somos una nación? No debería serlo, en absoluto. Somos uno de los pueblos indígenas más numerosos del continente, compartimos patrones culturales, una determinada forma de ver el mundo, un territorio al que sentimos como nuestro hogar y, por si fuera poco, una lengua que, si bien amenazada, lejos está por lo pronto de desaparecer. “¿Qué es lo nacional? Cuando nadie entiende una palabra del idioma que hablas”, sentenció el dramaturgo Johann Nestroy. Si usted y yo somos chilenos, don Sebastián, ramtueyu kimnieymi ñi nütram, fewla? chem pieyu, chem pimi? tami tuwün ka inche trawüniekelayngün, wingkangeymi ka mapuchengen, ka mollfüng nieyiñ. Feley kam Felelay? De esto trata a grandes rasgos el conflicto. De hablar y no entendernos. De dialogar y no poder (o querer) escuchar al otro. De mirarnos y no reconocernos ustedes como iguales en nuestra diferencia.

Hay jóvenes de mi pueblo que tampoco lo quieren escuchar ni reconocer a usted, don Sebastián. Cansados de atropellos, hastiados de falsas promesas, han optado por el camino de la rebeldía. En promedio no sobrepasan los 25 años. Y muchos de ellos ya purgan largas condenas de cárcel en diversos penales del sur. Se los acusa de terrorismo en base a una singular legislación, heredada de la dictadura militar y que homologa en Chile el derribo de un avión comercial en Manhattan, la explosión de un cochebomba en Bagdad y la quema de un galpón con fardos en Ercilla. Surrealismo puro, podrá coincidir conmigo. Todos ellos sueñan con el País Mapuche de nuestros abuelos. Lo extrañan, lo añoran, lo reivindican y lo garabatean en los muros. Tres jóvenes han pagado con su vida este atrevimiento.
Balas policiales acribillaron a dos de ellos por la espalda, agentes del Estado, cuyos sueldos pagan los impuestos de todos los chilenos, fueron los responsables. Todos gozan no solo de absoluta impunidad, sino también del aplauso cómplice de sus mandos civiles y uniformados. ¿Puede usted, don Sebastián, evitar que nuevos jóvenes derramen su sangre en los campos del sur? No los minimice, no los ignore, no los estigmatice. Busque dialogar con ellos. Sus ideas, por minoritarias que sean según las encuestas de Libertad y Desarrollo, constituyen parte de la arcilla con que moldeamos hoy nuestro futuro. No desate sobre ellos una jauría.

Si en algo lo tranquiliza, no será usted el primer gobernante en afrontar dicho desafío. Ejemplos en otras latitudes tiene de sobra. En su momento, el fascismo español optó frente a las reivindicaciones vascas, gallegas y catalanas por la inconducente lógica de los calabozos. En la otra frontera ideológica, mismo camino siguieron los jerarcas soviéticos al aplastar con el bulldozer de la integración las reclamaciones nacionales de chechenos, armenios y osetios, entre otros pueblos. Sepa usted que ambos extremos fracasaron en su intento. España, sacudida de Franco, encontró finalmente en las “Autonomías Regionales” un camino para pacificar espíritus y dar cauce político a un reclamo que interpelaba a diario su democracia. Nostálgicos del dictador pronosticaban con ello el fin del estado español. Nada de aquello sucedió, claro está. Cierto es también que hay quienes nunca aprenden. Los mandatarios rusos, por ejemplo. Y es que tras el derrumbe de la URSS, el histórico abordaje militar del llamado “problema de las nacionalidades” continuó intacto. Los tanques y la fuerza bruta siguieron marcando en los 90’ la agenda del día en muchas de las pobrísimas repúblicas del Cáucaso. Sucede hasta nuestros días, don Sebastián. Es cosa de sintonizar por las tardes Telesur o CNN. O Chilevisión después de Yingo, si así lo prefiere.

Una pregunta queda en el aire, lo reconozco. ¿A quién represento? En verdad a nadie, don Sebastián. Ni a mi reducción, ni al partido mapuche donde milito, ni al periódico que dirijo. Mucho menos a mi pueblo. No represento a nadie y por lo mismo, a todos. A todos quienes leyendo estas líneas sientan que se hace necesario un abordaje distinto del mal llamado “conflicto mapuche”, extraña denominación acuñada por El Mercurio y que deja fuera, olímpicamente, el componente chileno de todo este entuerto. A todos quienes creen es posible construir un nuevo tipo de relación entre ustedes y nosotros, una donde la diversidad de lenguas, saberes y culturas no sea sinónimo de amenaza o antesala de apaleos. No represento a nadie, don Sebastián, pero créame que son muchos quienes comparten conmigo el trasfondo de esta misiva, que no es otro que dar una oportunidad a la palabra. O a las letras. Consultado de por qué los mapuches no habíamos construido jamás grandes pirámides o grandiosos templos, un gran poeta de mi pueblo respondió que nuestro principal monumento era la palabra. Puede que también lo sean las letras, que es la forma en que las palabras de nuestros abuelos se volvieron cartas para seguir existiendo. Letras ajenas, don Sebastián, pero incorporadas por la necesidad de los suyos de colonizar y los míos de resistir.

En este punto me despido de usted. Guarde cuidado, no espero respuesta oficial alguna de su parte. Ocupado estará en innumerables asuntos de Estado. Tampoco fantaseo con algún acuse de recibo de esta carta. Me conformaría con que alguno de sus asesores la mencione algún día, aunque fuera solo anecdóticamente al pasar.

Atentamente a usted, Pedro Cayuqueo


fuente: http://www.theclinic.cl